Después me he encontrado con una perdiz roja con sus polluelos que se han dispersado; la madre con uno a un lado del camino y los otros cuatro, asustados, corrían a mi lado. Los he dejado que se fueran tranquilos. Sé que si me hubiera quedado escondido la madre hubiera vuelto al ratito a por ellos y uno u otros deberían cruzar el camino. Pero mi objetivo era el mochuelo, Athene noctua, y si de paso caía una carraca o un críalo, pues mejor. Me instalo escondido en unas matas y al momento aparecen dos, maullando fuertemente, pero no están a mi alcance, si giro la cámara 90º se van seguro. Puedo fotografiar a uno algo lejano que se ha posado en una pita. Al poco se marcha.
Sigo esperando y, a la media hora, vuelve a la misma planta. No sé si es el mismo. Espero a que asome, pues está bastante tapado por una rama y le hago un par de fotos.
Al marcharme; en las cimas de las pitas veo hasta tres mochuelos esperando el anochecer.
Poco le quedan a estos posaderos, utilizados por pitos, carracas y mochuelos, pues al escarabajo invasor, el curculiónido picudo negro Scyphophorus acupunctatus, es cada vez más frecuente y acabará con las pitas y ágaves.
Unos días después me acerco a unos taludes de arenisca, donde han anidado un grupo numeroso de aviones zapadores, Riparia riparia. Hirundinidae. Es un pájaro pequeño, fácil de distinguir, pues a diferencia del avión común no tiene el obispillo blanco y tiene un collar parduzco en torno al cuello. La colonia se afana por procurarle insectos a sus numerosos polluelos.
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